
era el segundo día de clases del primer semestre en la universidad. facultad de arquitectura. 17 años de edad. tímida y solitaria. salí de una clase una mañana de agosto de 1995 y me senté a esperar la siguiente en uno de los patios de la escuela, y entonces se acercó está mujer grandotota de minifalda toda sexosa, greña corta y peinada muy pankilla, zapatos de plataforma y un cigarro encendido(yo era toda pequeña, más que ahora, flaquita y greña larga jipisona, lentes de john lennon, converse morados y una inocencia, por no decir ñoñez, extrema). “¿gustas?” me preguntó. “no, gracias, no fumo”, respondí. y así inició una conversación muy light que fue evolucionando rápidamente hasta convertirse, en tan sólo unos días, en una de esas conversaciones agradables, cómicas y profundas también. comenzamos hablando del clima, las clases nuevas, el cigarro, y seguimos después con la el cine de tarantino, la literatura latinoamericana, la esencia de la humanidad, las crisis existenciales en la adolescencia, la metas a corto plazo, sexo, drogas y rocanrol. coincidimos en las clases y el siguiente semestre las programamos juntas. grabábamos casets con nuestras rolas favoritas (puro rock en español del shilo, pura cuca, tijuana no, la dosis, caifanes, todos tus muertos…) y los poníamos en las clases de diseño hasta que alguna fresa se quejaba y nos hacían quitarlos. me defendía y la defendía. me adoptaron en su casa y su mamá se convirtió en mi segunda mamá y sus hermanos se burlaban de mí por mi cabello (y por todo, en realidad). mi hermana la adoptó como su súperamiga y su hermana me adoptó a mí como su cómplice.
ella me acompañó en mis primeras crisis existenciales y me jaló muchas veces del abismo en el que me sumergía. ella me conocía completamente y sabía de mí cosas que yo misma ignoraba. yo la conocía a ella y la acompañaba, la cuidaba. éramos las amigas. mucha gente creía que éramos novias, a mucha gente le es difícil creer que exista una relación amistosa tan fuerte sin ser algo más. a nosotras nos daba risa y decíamos que sí.
pasó el tiempo y nos fuimos enfrascando en otras cosas, cada quién tomando opciones de caminos, creyendo siempre que el nuevo era el definitivo y el único correcto. trató de jalarme a sus caminos y me negué, traté de jalarla a los míos y se negó. conocimos a otras personas. la ignoré. me ignoró. nos traicionamos y nos lastimamos. nos alejamos. nos dañamos. nos olvidamos.
y un día nos reencontramos. hablamos un poco, resanando sin querer la desgastada madera de la adolescencia compartida. habían pasado algunos años, y pasaron meses para restaurar y pulir los desgastes. y una noche, de peda, claro está (cómo de otra manera???), entre abrazos y cursilerías de esas, lo aceptamos, “wey, eres la única que sabe quién soy en realidad, la única en el mundo que conoce a mi demonio y que, aún conociéndolo, no te alejaste. eres la que siempre ha estado, sin importar las pendejadas por las que nos odiamos. siempre has estado. te quiero un chingo, wey… blablablablabla…”. y así, hace relativamente poco, esta vieja y yo volvimos. no a ser lo de antes, somos muuuuy distintas a aquellas morrillas de 17 años, pero sí a estar. acá estoy para ella, lo sabe bien. y también sabe que la quiero.
qué ñoña!!!! pero va para ti, che vicka!!!
2 comentarios:
Jaja está chido tu relato, cierto. a mí me pasó igual con una amiga era más pinche celosa que cualquier otro guey... un abrazo.
y esas son las k si pierdes... solo basta kon buskar en el bolsillo derecho... y aho estara!!!
un saludOO!
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