no hablo de la ciudad sino del fruto delicioso del árbol del guamúchil. me recuerda mi infancia en casa de mis abuelos, el árbol al fondo del patio de tierra, junto al corral de los conejos y los troncos caídos. era recoger guamúchiles y subirnos al camino rojo yonqueado de mi abuelo, y comer hasta enfermarnos del estómago. era escuchar el cuento de la cagadita y el infiernito. era meternos al corral de los conejos y jugar con los pequeños. era asustar a los pajaritos del amor y asomarnos a sus nidos a escondidas de las mamás (de los pajaritos, porque luego se los comían). era alejarnos corriendo de los girasoles asesinos, huyendo de las abejas. era dormir en el cuarto de las muchachas con la ventana abierta y asustarnos por el gato que se metía en la noche. era descubrir figuras y rostros divertidos y diabólicos en el cielo de la casa. era entrar al baño enorme lleno de fotografías recién reveladas colgando de cuerdas y ganchos para secarse. era asomarnos a escondidas a la habitación de mi abuelo llena de aparatos y cámaras enormes, lámparas, sombrillas, fotografías de gente desconocida con rostros serios y sin sonrisas, cuadros, marcos dorados, pedazos de revistas pegados en la pared junto a la cama y una tiniebla permanente. era meterme a las alacenas a escondidas de mi abuela y mis tías a comerme las pastisetas que escondían para que no me las comiera. era ir a misa de siete a la iglesia frente a la casa y después ir a comprar tortillas a la flor del valle para el desayuno. era desayunar sombreritos de bolonia frita con un huevo estrellado y tortillas recién hechas enrolladitas. era comer sopa de fideos rojísima de tanto tomate con que mi abuela la cocinaba. era sentarnos en las piernas de mi abuelo frente al cooler a escuchar sus cuentos o a leer lo que nos diera para leer. era robarnos las pastillas efervescentes de vitamina c de mis tíos y tomarnos muchas juntas porque sabían a soda de naranja. era que mi abuela nos abrazara y nos diera muchos besos y era verla con su mandil todo el día de un lado a otro sin descansar y sin cansarse. era dormir en el piso de cemento de la sala sobre una cobija cualquiera y no sentir ninguna molestia, y muchos años después recordar exactamente la grieta que cruzaba la sala y sobre la que me gustaba sentarme a jugar y recargar la cabeza. era robarme los libros de mi abuelo e imaginar que sabía leer mientras les daba vueltas a las hojas. era esperar a que mi tía regresara de clases para que me prestara su mochila de hello kitty y me contara sus aventuras en la escuela. era contar mis cuentos interminables de zanahorias y calabazas y coliflores y chícharos y brócolis perdidos en un bosque y que todos se desesperaran y mi tía me mordiera. era no haber terminado de comer después de que todos lo hacían y escuchar que la lupita dura eternidades comiendo, tratando de imaginar qué significaba la palabra eternidades. era que mi abuela me regañara por andar con la pata´raiz y que después me abrazara diciéndome qué chula, qué chula. era que mi abuela salvara mi cerebro sacando con agua tibiada por su boca la tijerilla que se me metió al oído. era escuchar a los pichones resguardados en el ático de la casa y aprender a remedarlos. era una infancia completa y feliz. y siempre los guamúchiles dejan un sabor agarroso en el paladar, y en realidad ni los guamúchiles traen en ese sabor agarroso los recuerdos, y aunque el volver a sentir ese sabor y esa textura no me transportó a aquellos tiempos y aquel lugar, me incitó a recordar… yo y toda la familia comiendo guamúchiles y guardando las semillas para jugar lotería en las kermeses de la iglesia.
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