llegué, algo nerviosa e insegura, al nuevo salón de clases. sólo había una niña conocida, una vecinita que vivía con su familia a unas casas de la mía. me presentaron y ella me ofreció un asiento cerca del suyo. el grupo estaba trabajando en equipos ya conformados. augurio de lo que serían los siguientes cuatro años. ellos siempre en grupo. yo… yo, aislada. el primer día no fue precisamente agradable, y en nada distinto a los que le siguieron, a excepción de que la situación fue empeorando. la nueva niña, qué rara, qué callada, no habla, saca dieces, qué aburrida. y yo no hablaba y sacaba dieces y era rara. y era aburrida. tenía un año estrenando el nuevo contexto y no terminaba de acostumbrarme. me habían sacado, sin consultarme, de mi casa, de mi entorno, de mi libertad, y me llevaron a una nueva casa. mis padres, realizados por comenzar una nueva vida con casa propia y construyendo sueños en beneficio de su pequeña familia, su nueva bebé y su niña mayor tan inteligente. la rara. yo no quería dejar las calles de tierra; en esta nueva calle la tierra era negra y quemaba, no pasaba la pipa y mis primos estaban lejos. mi hermana siempre enferma era demasiado pequeña y yo no era buena para hacer amigos. el silencio cubrió entonces mi boca, afuera. mi casa era el refugio. mi madre, mi única amiga, la única con quien podía hablar sin ser burlada. y aún así, cuando llegaba a expresar algún nuevo descubrimiento, una nueva frase inventada, un verso escrito, una definición encontrada, una información obtenida, ella sólo ponía cara de sorprendida, asentaba con la cabeza y seguía ocupada en lo suyo. no había ni siquiera un grupo de niños raros iguales a mí. era yo sola. y me hice solitaria, por necesidad.
en esa escuela comencé a sobresalir, los primeros lugares en todo, los concursos municipales, estatales, los lunes de honores, los poemas recitados y los números especiales dedicados a esta gran estudiante que todos los maestros desearían tener. tan seria, tan aplicada, tan estudiosa. tan ingenua. y todo era una farsa. ni mis compañeros estaban felices de que yo hubiera ganado el primer lugar en esta ocasión, como en las pasadas, ni los maestros deseaban una alumna tan ensimismada, ni yo quería estar allí. y mis padres, mis padres que creían que yo era brillante, que me animaban a convivir, que me compraban vestidos para ir a las fiestas de los compañeritos, a las cuales nunca era invitada. mis padres que no se daban cuenta de nada. que no querían darse cuenta. y yo que no hablaba y no decía y no gritaba. sólo sentía. y sentía mucho.
quise entonces dejar de ser yo y comencé a prohibirme libertad, de cualquier forma no era yo, no sabía cómo serlo fuera de mi lugar. antes yo era libre, era abierta, yo reía al correr junto a mis amigos, jugando en el lodo de las calles, cargando a mi hermanita hasta el patio, comiendo tierra, raspándome las rodillas, jugando con los tonkas de mis primos, visitando a los vecinos, siempre alegre. la lupita, ay, qué niña tan bonita! tan inteligente, tan risueña! ay, la lupita, todos la queremos mucho! y yo los quería. y yo era libre, era inocente, era feliz. pero llegó el abandono obligado, de un día para otro, y no supe qué hacer. tan sólo tenía seis años y de pronto ya no estaban los otros niños, ya no estaban los vecinos, ya no dormía junto a la cocina ni mis padres tenían su recámara abierta. de pronto había una cocina lejos de mi cama, y mi cama ya no era el sillón sino una litera que olía a madera nueva, y mis padres estaban en una habitación separada de la mía, y los vecinos eran desconocidos, y no había árboles de moras ni estaba el duque, mi perro, ni había juegos de lodo y tierra ni podía sacar a mi hermana al patio. y no supe qué hacer.
descubrí que leer era entrar a otros mundos, y el librero de mis padres comenzó a formar parte de mi vida. leía y leía, muchas veces sin saber lo que leía. “dale a un niño de seis años un camión de volteo, qué crees que pase?”. había demasiada información en mi inexperto cerebro, sin procesar mucha de ella, y me aturdía y me apasionaba. escuchaba música, la estudiaba, conocía cuentos y poemas, sabía de grupos musicales, de mitología griega, de romanticismo literario, de bécquer, de anatomía. y mis compañeras sabían de novios y niños guapos, de los millones que ganaban sus padres, de lo rubias que eran sus madres, del peinado de última moda, de las novelas de la tarde, y los compañeros sabían de juegos, de futbol, de niñas bonitas, de chistes albureros. y yo de eso no sabía nada, y ellos de lo mío tampoco. entonces yo traté de ser menos ingenua, más viva, y traté de reír con sus chistes y de peinarme con copetes y de mirar guapos a los niños y de equivocarme en algunas tareas y preguntar en algunos ejercicios de matemáticas y estar en la onda. traté de ser menos inteligente para ser un poco aceptada. traté de reír por cosas estúpidas para no parecer estúpida yo. pero no funcionó prohibirme ser. seguí sin ser aceptada. no me creía mi falsa actitud. parecí entonces más ingenua, más tonta, más rara. quise desaparecer.
no tuve la culpa ni pedí crecer tan rápido. a los diez años comencé a crecer y no sólo mi cuerpo sangró. asumí un rol de mamá temporal al accidentarse mi padre lejos de aquí y ausentarse mi madre por varias semanas. nos cuidaban unos tíos y otros, y mi hermana era una pequeña que lloraba por su mamá a grito abierto, y yo era una mamá postiza que lloraba en silencio por las noches, cuando escuchaba tras de las puertas que mi papá seguía en mal estado, que a mi mamá la habían insultado una vez más en migración, que los tíos estaban cansados de cuidarnos, que mis primas se encelaban de mi hermana por quitarles la atención de sus padres. entonces fue cuando comencé a sangrar, y también mi corazón perdió mucha sangre. yo no quería crecer. no era tiempo de crecer. mi infancia la había perdido hacía cuatro años, y aún quería recuperarla. al tiempo, las pocas migas que logré hacer con las vecinitas, todas menores que yo, se acabaron porque sus madres les prohibían ser mis amigas, la lupita está muy grande, no juegues con ella. mi cuerpo crecía pero yo seguía siendo tan ingenua, aunque la inocencia se hubiera perdido a los seis años. no comprendía nada. lloraba escondida. mis padres no veían lo que pasaba y era prohibido también para mí ser amiga de los niños. las niñas con las niñas y los niños con los niños, decían ellos. y yo ni un lado ni el otro. estaba sola siempre. comencé a callar y a guardar rencores. a sentir dolores y a no perdonar. me vengaba con mi hermana, le gritaba, le pegaba, la controlaba. era sobre quien podía tener control, de quien me podía burlar, contra quien podía estar. yo era apenas una niña y detestaba tanto al mundo.
el fin de la primaria marcó el límite de dos etapas en mi vida. dejé la infancia no a los once años y medio, al entrar a la secundaria, sino a los seis al entrar a esa nueva casa, a los siete al entrar a ese nuevo salón de clases. era consciente de lo que pasaba y fui yo quien decidió no seguir. una secundaria lejana, gente nueva, ambiente nuevo. lupita nueva. tenía once años y era consciente de que mi vida necesitaba un cambio, de que vivía aplastada por los demás, por lo demás, por mí. era una niña que ya no podía pensar como niña. aprendí a crecer, obligadamente.
un día de julio de 1989, después de una estúpida fiesta de graduación en donde mis padres asistieron hinchados de orgullo porque su nena era el primer lugar de la generación y donde me obligué, por ellos, por complascencia, a ser sociable, a sentirme incluso atraída por un niño aunque no me importara; al despertar decidí que la noche anterior había sido la última de esa vida. decidí, esa mañana, que nadie más se burlaría por lo que era o por lo que tratara de ser. decidí que nadie más me orillaría a desaparecer. que yo brillaría y pensaría antes que los demás, que estaría antes del insulto, de la ofensa, de la burla. que me liberaría. una niña a los once años debe pensar en cosas de niña de once años. yo pensaba en una estrategia para cambiar mi vida. y lo hice.
y no fue necesariamente lo mejor, pero me funcionó para sobrevivir durante dieciocho años. a partir de ese día bloqueé esos cuatro años de mi mente, los cubrí en mi memoria. jamás existieron. jamás volví a recordarlos. hasta hoy. y volví a llorar como en aquel tiempo, mis ojos dejaron caer lágrimas lentamente y en silencio, mi garganta está bien entrenada para no hacer ruido al contraerse. durante dieciocho años he luchado por ser yo y gran parte de ese tiempo sólo fui para los demás, aunque no de la misma manera. la estrategia talvez no fue la mejor. no dejé que volvieran a pisarme, pero el juego consistió en ser lo que debía ser para ser aceptada. y desde entonces lo fui. ahora que me he descubierto, que he venido aceptando mi verdad interior, que he venido conociendo a mi verdadero yo, a la verdadera lupita, a joelia, y que la saco a mostrar porque ya no me interesa usar máscaras, ahora la lucha es liberarme de mí misma, sin necesidad de aceptación, siendo sólo libre en mi ser. ahora, tantos y tantos años después, descubro que no he podido perdonar ni terminar con ese dolor guardado, que nunca dejó de existir. que no importa cuánto me trate de liberar y qué tanto peleé por defender mi identidad al fin encontrada, mientras no perdone y modifique mi pasado de emociones, no podré ser libre de verdad.
allí está mi paz. apenas alcanzo a vislumbrarla, pero hay mucho escombro encima de ella. tengo mucho trabajo. tengo mucho llanto. tengo mucho pasado. tengo tanto qué decir…
6 comentarios:
Lupita, debio de ser muy complicado recordar y que volviera a doler, pero es parte de tu cambio, será mejor para tí y no tendrás que cambiar para nadie ni para tí. Felicidades por tus letras. Me gusta mucho pasar por aquí y leerte. Un abrazo y paciencia para los trabajos finales. Va.
yo tambien era el nino aplicado y estudioso y aburrido hasta q me rebele en sexto de primaria. te lei y me doy cuenta que desde entonces ni soy nerd ni soy desmadroso. ni se lo que quiero ni adonde voy. ni siquiera se si quiero saber que quiero. ya me hize bolas. como sea me llego lo que escribiste. la noticia buena es que estoy escribiendo. pero conste que no me gusta la poesia (y estoy escribiendo poesia, y cursi ademas). ya te imaginaras quien soy. muchos saludos. disculpa la ortografia pero me da hueva poner acentos
que largo tu post
jajajajajaja
saludote
¡Auch! Este post me llegó demasiado, porque veo varias cosas de mi vida vertidos en él. En donde yo no pude adaptarme nunca fue en la secundaria. Ahí si tuve que hacerme el pendejo para poder ser aceptado (cosa que nunca logré), y seguí siendo el raro.
En fin, si encuentro tantas cosas en común.
Todavía soy raro, pero creo que ya no me preocupa tanto ser aceptado.
Te mando muchos abrazos y nos vemos el miércoles ;)
Atte.
BadBit
¡Ah! Y casi lo olvidaba: Darwin, eres un pendejo.
Atte.
BadBit
Yo también me quedé en parte ensimismado y en parte identificado. También tuve una primaria de niño diecero y rechazado. La situación no era igual, pero pude ver parte de lo mío en tu historia también.
Pero lo que más me da gusto es que el día de hoy hayas afrontado esa nueva-vieja historia tuya y, contigo misma, decidas cargar el reto de enfrentarla y levantarte, por más trabajo que cueste.
Un gran, gran abrazo. Hoy te admiro más que ayer. ^_^
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