hacía varios meses, talvez más de un año que no lo veía. ya me parecía que se había podido regresar a su tierra después de una deportación más, o que había logrado encontrar a su hermana en tijuana, o que de plano había sido consumido por el calor de la ciudad y se había evaporado, haciéndose cada vez más pequeñito hasta perderse debajo de las vías, sobre las que viajó tantas veces queriendo alcanzar el sueño… no el americano, sólo el sueño, el que fuera.
a gerardo lo conocí cuando yo trabajaba en gobierno del estado, hace ocho años ya, pidiendo para comer en la caliente explanada de los tres poderes. no recuerdo en qué momento comenzamos a platicar. era un tipo distinto, tenía los ojos dulces y, aunque se notaba que le apenaba, terminaba viendo a los ojos al contestar a mis preguntas, no sé si por el deseo de responder y hablar de sí mismo o sólo por conseguir algunas monedas.
pasaron años y yo siempre me lo encontraba en los cruceros, en los lotes baldíos, frente a las oficinas. él era distinto, no andaba detrás de la gente pidiendo limosna, no se empeñaba en conseguir más de lo que le alcanzara para saciar su hambre del momento, no se acercaba a los niños, a las chicas ni a las señoras indefensas, no quería asustar. y su mirada, siempre su mirada. en una de nuestras charlas me contó que venía del pueblo tal, que quería cruzar y que por tercera vez lo habían deportado. que en su tierra estaba casi toda su familia y que allá vivían bien, que tenían una buena casa y que, modestos, había para comer. que en tijuana vivía una hermana suya que se había venido años antes y quería encontrarla pero nunca lograba juntar el dinero suficiente para pagar el boleto o, cuando lo hacía, no lo dejaban subir por andrajoso y pestilente. que algunas personas le regalaban cajas de chicles para que vendiera en los semáforos pero que los policías siempre lo levantaban en las redadas y terminaban quitándole la poca mercancía que trajera (una pobre caja de chicles) y las pocas monedas que hubiera reunido, para a las dos semanas soltarlo sin nada, de nuevo a las mismas calles.
de repente andaba muy contento, optimista y renovado, y era porque había ido a alguna peluquería y se había cortado el pelo, se había podido bañar en algún baño público y había conseguido algún cambio de ropa. cuando andaba así, sus ojos brillaban aún más, eran muy dulces, y sus palabras eran de aliento no sólo para él mismo sino para mi. yo siempre le decía, ay gerardo, deberías irte para tu casa, con tu mamá, qué fregados haces aquí??? aquí nomás vienen a sufrir, no hay nada bueno, la vida en el otro lado es muy fea, no sé porqué en el sur siguen pensando que acá vivirán mejor, siempre les va mal. pero él, optimista o terco, me decía, no, yo quiero volverlo a intentar. y si no, pues está bien, me iré con mi familia en el tren, pero una vez más… una más.
a veces terminábamos comiendo juntos, un vaso grande de agua de fresa para él y otro para mi. dos órdenes de pollo sin salsa o un paquete de galletas que traía de casualidad en la mochila. varias veces, en mis temporadas de peatón, caminamos juntos charlando mientras me acercaba a la parada del camión. otras nos saludábamos antes de que el semáforo se pusiera en verde y desapareciera yo entre la velocidad de la ciudad y los vecinos. una vez, aprovechando que yo me había puesto muy flaca y que él estaba decidido a irse a tijuana, le pasé un cambio de ropa y empezó a juntar para el camión. lo encontré un mes después con el cambio puesto, roído y de nuevo en un semáforo del centro cívico. no se pudo ir porque la policía lo levantó y le quitó lo que traía, lo que había ahorrado. de pura chiripa no le quitó la ropa. había conseguido otra caja de chicles y estaba viendo cuánto le duraba. pero esa vez ya no era el mismo. casi no me reconocía. tenía la mirada perdida y, aunque respondía a mi saludo y mis preguntas, tenía la sensación de que no sabía con quién hablaba, hasta alguna que otra incoherencia de pronto dijo. tenía el cabello largo otra vez, enmarañado, ya casi no tenía dientes, la barba crecida, muy sucio, golpeado. muy triste. ido. andaba muy lejos, no estaba allí. no estaba aquí. supongo que los policías lo habían golpeado mucho, talvez hasta lo drogaron. sus ojos estaban apagados y él no era el mismo, estaba muy triste y muy lejano.
después de eso desapareció. pasaron meses sin que me lo encontrara. lo buscaba cuando veía grupos de vagabundos por las calles. había uno que se parecía a él y alguna vez le grité gerardo!!! pero no era él. esa vez no era como cuando lo dejé de ver como tres semanas y después me lo encontré medio jodido pero alegre y optimista como siempre y me contó que, una vez más, lo habían levantado y que lo habían soltado sin nada, pero que él seguía vivo. esta vez no era así. es muy extraño, pero se sentía su ausencia en la ciudad. dejé de verlo y los semáforos estaban incompletos. no exagero, lo extrañé. su mirada me había inspirado mucho cariño, una ternura que poca gente aún conserva. quise pensar que andaba buscando a su hermana en tijuana, que talvez había logrado conseguir un raite en algún troque. quise pensar que por fin había podido treparse al tren de carga y había logrado llegar a su tierra y que en esos momentos su mamá lo estaba cuidando. pero terminé pensando que había muerto de calor o de frío, o que la golpiza de los policías esta vez había sido letal, o que el hambre fue demasiado larga. o que decidió irse… al final de cuentas estaba apagado cuando lo miré la última vez. talvez se había ido a ese lugar en el que estaba su mirada perdida de aquella noche.
pasaron meses, creo que más de un año, talvez dos, y hace una semana lo encontré en un semáforo, a las 7:30 de la noche. lázaro cárdenas y anáhuac, raro, esos no eran sus rumbos. entre muchachos que bailaban break dance, exdrogadictos del alcance victoria y sus competencias, cerezas recién cosechadas y bolis bon-ice, encontré a un hombre jovial, muy pobre, pero con el cabello corto y una mirada nostálgica. buscaba quién le dejara limpiar su vidrio. y entonces le grité gerardo!!! volteó y después de medio segundo su rostro se iluminó con una de las sonrisas más sinceras que he recibido en mi vida. hola!!! me gritó mientras se acercaba a mi carro. hola, cómo estás??? yo muy bien, gerardo, y tú??? pues mira, muy bien!!! qué gusto verte!!! dónde andabas!!! te perdiste mucho tiempo. fuiste a tu tierra??? sí, fui con mi mamá. y tu hermana, la encontraste??? sí, estuve con ella en tijuana. ya comiste??? no, ando juntando para eso. llegué a la ciudad hace quince días y estoy tratando de ahorrar algo, aún no tengo. por ahora quiero comer. oye, y ahora, para qué regresaste??? pues quiero volver a intentarlo!!! ay gerardo, qué terco, si ya estabas en tu casa, para qué vienes??? pero mira, me da mucho gusto verte!!! a mí también, me da mucho gusto verte, has estado bien??? si, muy bien, gracias a dios. y tú, mírate, te ves muy bien!!! sí, fíjate que ando bien. ay gerardo, las últimas veces que te ví andabas muy mal. sí, es verdad, no te voy a decir mentiras, anduve muy mal, muy mal, pero mira, estoy muy bien y con ganas de intentarlo otra vez. pues gracias a dios que estás bien. ya cambió el semáforo, ándale, cuídate mucho. tú también gerardo, nos vemos pronto, ten mucho cuidado. mucho gusto en verte!!! mucho gusto, cuídate!!!
era otra vez gerardo. el mismo pero no igual. su mirada ya no era precisamente de inocencia, era de nostalgia. su rostro estaba renovado pero cansado. y sus palabras, esas sí seguían siendo las mismas de antes, llenas de optimismo y de alegría. supongo que sus golpes fueron muy duros y, como todos lo hacemos de distintas maneras, la pérdida de la inocencia le costó muchas noches de golpes, muchos días de cárcel, muchas noches de frío, muchos días de hambre, mucho calor, mucha tristeza, mucho dolor, mucho llanto. pero su paz, sus ganas, su anhelo, su ternura, esas no pudieron matarlas ni el calor ni el hambre ni la policía corrupta ni la soledad. me ha dado mucho gusto verlo. y me voy, ya es tarde, talvez me lo encuentre en el semáforo del centro cívico y tengo ganas de saludarlo.